Taboada: iglesia de Santiago


Saliendo de Silleda en dirección a Orense, siguiendo un ramal del sempiterno Camino Jacobeo, un crucero de base escalonada o monxoi, a cuyo lado puede observarse un sarcófago de piedra de interesantes dimensiones y una pequeña iglesia, llaman poderosamente la atención. La iglesia, por desgracia, excesivamente remodelada en el transcurso de los avatares históricos, permanece todavía bajo la primigenia advocación del Santo Patrón, Santiago, y entre los males menores, aún conserva algunos elementos de su fábrica original; una fábrica, dicho sea de paso, que los expertos consideran como perteneciente a un románico de transición del siglo XIII, si bien pudiera darse el caso de que el primitivo recinto fuera, quizás, muy anterior. De los elementos sobrevivientes, conviene, sobre todo, prestar especial atención a la portada principal, orientada hacia poniente, hacia un Finis Terrae, que apenas dista una setentena de kilómetros del lugar, porque en ella, volveremos a encontrarnos la huella de aquél misterioso y anónimo maestro, que según vimos pudo haber trabajado también en las cercanas Amoeiro y Ansemil, así como en otros lugares de Galicia, siendo un caso especialmente relevante, el de la iglesia de Santa María, situada en la homónima aunque lucense población que, además, conserva todavía su antiguo y sospechoso adjetivo calificativo: Taboada dos Freires. Los tímpanos, gemelos, se diferencian en que en la iglesia de Santa María, de Taboada dos Freires, a la figura especulativamente sansoniana se le añade una cruz de características patadas contenida en un círculo. Otra de las diferencias y posiblemente también la clave para conocer, cuando menos, el nombre del misterioso Magister y aproximadamente la época en la que desarrolló su labor, la tengamos en las inscripciones al respecto contenidas en el tímpano de ésta iglesia de Lugo: el año, 1190 y el nombre del Magister, Pelagio, se presta a muchas interpretaciones e incluso no sería descabellado llegar a suponer que se tratara incluso de un pseudónimo utilizado por un gremio de canterios en particular. A tal respecto, cuesta pensar en la casualidad de que éste nombre, esté tan profundamente ligado no sólo a la historia más recóndita de España –los pelasgos, pueblo poco conocido pero relacionado con el fenómeno megalítico, Pelayo, el primer rey de la monarquía asturiana-, sino también, con los oscuros comienzos de todo un fenómeno cultural, sociológico y antropológico, como fue la apertura -¿o tendríamos que decir, quizás reapertura, puesto que su trazado incluye otros caminos sagrados milenios ha utilizados por culturas pretéritas?- del Camino de Santiago, siendo Pelagio o Pelayo, curiosamente, también el nombre del eremita bajo cuya visión se descubriera la supuesta tumba del Apóstol Santiago Boanerges en Libardón.

A diferencia de la iglesia lucense, las arquivoltas de la portada principal de ésta iglesia de Santiago, se apoyan en unos vanos que nos muestran –lejos de las típicas representaciones de guardianes del umbral, como leones, ángeles, demonios o incluso santos desplegando los rollos o libros de las Sagradas Escrituras- otro símbolo ancestral, de alguna manera siempre presente en la ornamentación románica: las cabezas de bóvidos, siendo foliácea, no obstante, la temática de sus capiteles. Por su parte, la pequeña ventana absidial –la iglesia tiene en ésta parte y en su lateral izquierdo, adosado un pequeño cementerio-, muestra el típico ajedrezado jaqués, junto con dos pequeños e interesantes capiteles, porque, si bien el de la izquierda es, así mismo, de carácter foliáceo, el de la derecha muestra una interesante representación de aves que, lejos de beben en la conocida y hasta diríase que típica fuente o copa, parecen picotear un modelo de rama frutal que, por sus características –rama en forma de pata de oca-, bien pudiera ser un cerezo, advocación que también se conoce entre las numerosas representaciones marianas, como la Virgen de la Cereza de la población burgalesa de Covarrubias, cercana a Santo Domingo de Silos y a las ruinas de lo que en tiempos fuera uno de los más imponentes monasterios románicos españoles: el de San Pedro de Arlanza.

Del interior del templo, si bien los capiteles de la cabecera, foliáceos, son de época posterior, merece especial atención el Retablo Mayor y la imaginería en él contenida. Seguramente de los siglos XVII-XVIII, la parte principal muestra una trabajada e inusual escena, representando a Santiago al frente de la caballería cristiana arremetiendo contra el invasor musulmán, tal vez en alusión a esa supuesta batalla de Clavijo, tan bien utilizada por la propaganda cristiana como siglos después, en 1915, los ingleses utilizaron en Mons esa ayuda angelical que libró a sus tropas de un fatal descalabro. Por debajo, a derecha e izquierda, se aprecian una Virgen con Niño, perdida la entronización que caracterizaba en el pasado a las imágenes románicas y góticas y un espléndido San Roque, acompañado por el perro, con la hogaza de pan sujeta en la mandíbula –el nutriente espiritual-, y el niño, portador del ungüento –el remedio, la vía o camino- para aliviar la herida producida por el ángel –éstos también atormentaron a otros santos, como San Jerónimo- en el muslo. Por último, reseñar, así mismo, la interesante e inhabitual representación superior de uno de los retablos laterales, donde, en apariencia, los dones del Espíritu Santo –generalmente representados como lenguas de fuego o a través de ese vehículo isíaco que es la paloma-, parecen ser sustituidos por un esplendoroso e irradiador Arbor Vitae o Árbol de la Vida, aunque quizás pueda hacer referencia, también, a una aparición mariana.


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