San Salvador de Sarria
Menos
espectacular quizás, si cometiéramos el error de entrar en el odioso mundo de
las comparaciones, que esa pintoresca basílica visigoda de Bande que acabamos
de dejar atrás, y adentrados de lleno en pleno corazón del Camino Antiguo o Camino
Francés a su paso por la comunidad lucense y a escasos kilómetros de un restaurado
Portomarín cercado por las aguas del embalse de Belesar, la iglesia de San
Salvador de Sarria recibe a peregrinos y visitantes, obstinadamente anclada en
ese complejo periodo bajomedieval, del que todavía conserva, no obstante
heridos por esa pátina de venerabilidad y desgaste proporcionada por Maese Tiempo, algunas interesantes
referencias ornamentales. De ábside o cabecera semicircular y nave rectangular,
este venerable templo dedicado a la figura del Salvador –advocación, de cuya
importancia y popularidad, se constatan numerosas rutas, dentro y fuera de los
márgenes establecidos por los principales caminos de peregrinación-, conserva
dos portadas: una, la principal, situada en el lado sur de la nave, que observa
con melancólica parsimonia el trasiego de peregrinos hacia los albergues, los
establecimientos hosteleros y la total remodelada iglesia de una santa
dudosamente real pero inequívocamente relacionada con los antiguos cultos a las
aguas, Santa Marina, y otra orientada hacia poniente, que elevando la mirada
por encima de los restos de las antiguas murallas del castillo, sueña, mohína quizás,
con ese mar tenebroso o Finis Terrae,
de cuyas costas dista menos de un centenar de kilómetros. También puede que
siempre sea así, pero raro o cuando menos inaudito, puede resultar el detalle
de no encontrarse a un peregrino o a un grupo de peregrinos, despojados de la
pesada mochila, sentados a la vera de cualquiera de esas dos portadas que
acabamos de mencionar. El que hace bajo el arco de la portada de poniente
observará –que eso forma una parte importante de los avatares inherentes al
Camino y su trascendencia-, que entre las diferentes representaciones de los
capiteles –bestias afrontadas y motivos foliáceos-, sobresalen dos, cuyas
referencias, de escatológico simbolismo, deberían de recordarle, así mismo,
otra de las partes fundamentales de la actividad que se encuentra realizando:
el sacrificio. Podría entenderse así, si consideramos al ángel que sostiene el
cáliz en sus manos, como aquél gabriel o mensajero portador del Cáliz Amargo que le fue entregado a
Cristo en el Huerto de los Olivos,
cuya aceptación al sacrificio vendría representada por el Árbol de la Vida –antecedente de la cruz y del martirio-, que se
localiza en otro capitel situado justo enfrente. Más complicado, posiblemente,
lo tendría aquél otro peregrino, que situándose debajo del tímpano de la
portada sur –cuya puerta todavía conserva, como en el caso de San Salvador de
Vilar de Donas, los formidables herrajes medievales- observe una curiosa figura
coronada –con toda probabilidad, representando al Salvador-, que mantiene
abierta la palma de la mano izquierda y dos de los dedos de la mano derecha señalando
hacia arriba, hacia el cielo, franqueada a ambos lados, por sendos arbor vitae, con idéntico y
significativo número de hojas que el de la portada oeste –seis-, y coronados, a
su vez, por pequeñas cruces de las denominadas patadas o paté. Por debajo del tímpano, y aparte su sencillez, los dos
capiteles muestran, un motivo foliáceo, el de la izquierda y otra referencia a
los antiguos cultos, el de la derecha, en el que se localiza el rostro de
enigmática sonrisa de un personajillo surgiendo de la floresta. Por último,
señalar que los motivos de los canecillos del ábside varían entre elementos
geométricos, foliáceos –entre ellos, flores de seis hojas-, cabezas humanas y
cabezas animales. Como dato de interés, añadir que en la cristalera del cercano
albergue, se puede admirar una hermosa y original talla mariana románica, que
pudo haber pertenecido bien a este templo o bien al cercano y totalmente
remodelado templo de Santa Marina.
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