Fascinante Noya: la Capela de San Antón


Fundada o no por Noela, una de las nietas del bíblico Patriarca Noé, como asevera la Tradición, Noya en su conjunto es un completo paradigma, donde Historia, Arte, Belleza y Misterio conspiran constantemente, invitando al viajero a introducirse siempre en el fascinante universo de la intriga y la especulación. No bien se pone los pies en esta ciudad, mecida suavemente al amparo de su ría y acostumbrada a las elegantes acrobacias de las gaviotas que la escudriñan cada día desde unos cielos generalmente cubiertos de nubes, éste tiene la sensación, por otra parte absolutamente certera, de que existe vida mistérico-artística más allá de Compostela y los logros memorables de aquél enigmático Maestro Mateo, al que se llegó a considerar, en tiempos, nada menos que como un oscuro arquitecto del rey Don Fernando II de León. Hablar de Noya, posiblemente conlleve, sine quanum, la asociación inmediata con un fenómeno mediático asociado a la magia del Camino de Santiago y de proporciones insuperables, como son las conocidas pero a la vez incomprendidas losas gremiales que se amontonan desafiando al tiempo y a la imaginación de los hombres, en su iglesia de Santa María a Nova.

Pero Noya es algo más. Es también el atanor donde recalaron maestros desconocidos, y donde también se reprodujo, en tiempos, la metamorfosis de un Conocimiento Sagrado, que dotó de vida a unas piedras que tienen nombre propio, las cuales, bien apuntando maneras de frustrada colegiata, como San Martiño o bien revestidas con el humilde sayo de la fatalidad, como la Capela de San Antón, continúan gimiendo, cuando no clamando, en demanda de una llamada de atención. No es por capricho que quiera empezar precisamente hablando, siquiera por encima, de la más simple de ellas, como es esta humilde Capela de San Antón, pues la descubrí por casualidad cuando me disponía a abandonar la ciudad, tomando la dirección de Betanzos, donde me alojaba y donde recalaba de mis correrías, aunque en ella continuaba embriagándome de maravillas, pues es Betanzos ciudad que, como Noya, bien merece un genuino y prolongado estudio aparte.
 
Si bien remodelada en tiempos sin ningún tipo de conmiseración y perdido en consecuencia prácticamente todo su primitivo encanto original, hemos de situar este pequeño templito, no obstante, en las postrimerías del siglo XI y comienzos del siglo XII, tiempos históricos en los que, al parecer, estaba -¿o fue cambiada a partir del siglo XIII, como sucedió con otros templos dedicados, por ejemplo, a la figura de la Magdalena?- bajo la advocación de Santa María, siendo conocida como Santa María de Barro. De dicha época conserva, como elementos más destacables y dignos de mención, las dos series de canecillos que se localizan en los muros norte y sur. Unos canecillos que, si bien muestran en mayor o en menor grado los efectos del tiempo y los hombres -de éstos, resulta curioso el detalle de la oca descabezada, similar a las que se encuentran en idénticas condiciones en la emblemática iglesia de San Martín de Frómista-, se advierte, así mismo, una interesante calidad en la labra, derivada, probablemente, de la febril actividad de unos gremios especializados, cuya presencia se advierte a todo lo largo y ancho de la costa y que en determinados casos, como en el de la cercana iglesia de San Martiño, siguieron los modelos de algunos de los maestros que intervinieron en la obra cumbre compostelana, entre ellos, el ya mencionado Maestro Mateo y probablemente también -si nos remitimos al mundo de las similitudes-, del singular Maestro Esteban, que no consta en los archivos compostelanos ni tampoco le menciona Aymeric Picaud en su Codex Calistino, pero que, paradójicamente, sí queda referenciado como participante en la construcción de ambas catedrales -la de Compostela y la de Pamplona-, en los archivos de ésta última catedral.
 
Actualmente, se encuentra dentro del antiguo y ya en desuso cementerio de Santa Cristina, y se sabe que tuvo pinturas en su interior, de las que apenas sobrevive unos pequeños retazos apreciables en el pequeño ventanal situado en el este, es decir, en la cabecera, por lo que cabe suponer, que debió de ser en tiempos una pequeña capilla sixtina, como se nos ha demostrado en otros lugares de la geografía hispana, siendo un buen ejemplo de ello, las ermitas de Gormaz, Maderuelo o Casillas de Berlanga.
 
Al otro lado del muro, aún se conserva, aunque muy devaluado, un peto de ánimas del siglo XIX, muy deteriorado también, en el que apenas se vislumbra algún rastro de las pinturas originarias que contuvo pero que, a juzgar por las piedrecillas intencionadamente colocadas en su interior, formando una pequeña rueda cósmica, todavía merece la atención de peregrinos y amantes de la simbología en general.


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