Cascajares de la Sierra: iglesia de la Natividad de Nuestra Señora

Dejado atrás el pueblo de Barbadillo del Mercado, con sus remembranzas visigodas, los recuerdos de doña Lambra, los Siete Infantes de Lara, el primer conde de Castilla, Fernán González, sus rancios escudos y las cruces de las diversas órdenes militares que se asentaron en el lugar, apenas cinco kilómetros nos separan de otro pueblo, pequeño en su conjunto, de casas típicas, recogido sobre la planta de su parroquial: Cascajares de la Sierra. Hállase ésta, bajo la advocación de la Natividad de Nuestra Señora, y aunque muy reformada, aún conserva rasgos de su románico original.

Perteneciente al Alfoz de Lara -dista apenas diez kilómetros de Salas de los Infantes- en la historia de Cascajares, cabe destacar su cercanía al monte Gayubar, donde se han localizado trazas de asentamientos prehistóricos, así como el detalle, ciertamente significativo, de que fue el escenario de una batalla contra la morisma, en la que los castellanos salieron victoriosos, en época en que las victorias sobre el adversario musulmán resultaban más bien escasas. De hecho, en recuerdo de tal evento, en el pueblo aún se recuerda la siguiente coplilla: La rota de Cascajares, es argumento evidente, que vale más poca gente con Dios, que sin Dios millares.

Poco queda, por otra parte, de ese románico original al que me refería en el primer párrafo, limitándose éste al ábside y una fila de canecillos que se pueden observar en su fachada norte. Si bien éstos podrían resumirse, básicamente, en representaciones geométricas y foliáceas, uno de ellos destaca, llamando poderosamente la atención: aquél que, sin necesidad de acudir a la vox populi, se identifica, sencillamente, con el Diablo. Su presencia en los templos románicos, tanto en solitario como formando parte del mensaje iconográfico contenido en una serie de canecillos, resulta bastante corriente. Su situación en el lado norte de los templos, sigue las pautas simbólicas que delimitan los cuatro puntos cardinales de los claustros, donde el norte se asocia con la figura del Diablo, simbolizando el lugar de donde proceden los vientos gélidos capaces, incluso, de paralizar el alma; lo hiperbóreo, helado y desconocido y por lo tanto, fuente de mal y pecado.

Como dato a añadir, aunque dado que la iglesia se encontraba cerrada a cal y canto, su pila bautismal está considerada como un pequeña joya románica.



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