Enigmática Santo Adriano




De mi primer viaje a Tuñón, en el concejo de Santo Adriano, recuerdo una pareja de ocas retozando tranquilamente en un pradillo situado al pie de la carretera que, una veintena de kilómetros más allá, desemboca en Trubia y en el acceso a la A63, con dirección a Oviedo; algunos turistas alquilando bicicletas para perderse por la magia natural de la llamada Senda del Oso y a una persona de respetable edad que, he de suponer motivada quizás por un exceso de celo, se negó en redondo a franquearnos el acceso al templo de Santo Adriano. Eso sucedía, meridianamente hablando, casi a finales de julio. Mi segunda visita, desde luego, fue diferente. De las simpáticas ocas, no había ni rastro, aunque aún quedaban por los alrededores algunos turistas disfrutando plácidamente de un mes de septiembre menos promiscuo a las aglomeraciones y más arduo a la tranquilidad. El exceso de celo de la dama en cuestión se transformó, no obstante ahora, en una educada disposición, donde, dejando aparte el detalle prohibitivo de las fotos, la visita derivó por cauces tan humanos como amenos, independientemente de los posibles desacuerdos intelectuales que se pudieran o no tener. En favor de esta ocasión, y en honor a la verdad, añadiré que Fina, una espléndida mocita de 81 años -lo digo con todo el respeto del mundo, pues en persona bien que la dijimos que para nada los aparentaba- puso en práctica, con exquisita sensatez, esa sana costumbre de hablando se entiende la gente, y con tan magnánima disposición, pude hacerle algunas preguntas relacionadas con el templo, que me quemaban en la lengua.

Una de tales cuestiones, que debemos encasillar, sine quanum, en el mundo de la especulación, se refiere a la presencia templaria en el lugar y a cierto túnel que conectaría el templo con una de las casas cercanas. Evidentemente, y con el fin de limar suspicacias, olvidé a propósito toda referencia a los fratres, y aprovechando un breve lapsus en su descripción histórico-artística del sagrado monumento nacional en el que me hallaba, le pregunté sin más preámbulos, por la primera de las cuestiones que me interesaba. En cierto modo, no puedo decir que su respuesta me decepcionara, aunque, desde luego, hubiera preferido otra.

La cuestión del supuesto túnel, parece ser que es bien conocida en Tuñón. De hecho, se podría decir que todos o casi todos los vecinos esperaban que en las obras realizadas hace una quincena de años para ampliar y mejorar la carretera, se encontraran indicios de su existencia. Según palabras testimoniales de Fina, las máquinas, preparando el terreno, profundizaron la nada despreciable cantidad de cinco metros. No se encontró nada.

La otra cuestión, relacionada, por supuesto, con la probable presencia de la Orden en el lugar, se refiere al lignum crucis que, hasta hace aproximadamente treinta años, estuvo custodiado en el templo de Santo Adriano. Lignum Crucis que, a juzgar por la forma con cierto tufillo gnóstico del Cristo -una foto en blanco y negro de dicho lignum crucis conseguida por Xavier Musquera (1), me llamó poderosamente la atención, por su extraordinario parecido con otro que se conserva en la catedral de El Burgo de Osma, en Soria- bien podía haber pertenecido a éstos. En la actualidad se sabe que dicho lignum crucis -según Fina, por ciertas maniobras realizadas entre el párroco y una vecina- se guarda en la Cámara Santa de la catedral de San Salvador, en Oviedo. Un lignum crucis que, palabras textuales, fue comprado por los viejos de antaño.

En este punto, la amargura ante el recuerdo se trocó de nuevo en entusiasmo cuando siguió narrándonos, como un libro abierto, las curiosidades del lugar.




Llama la atención, la insistencia en la conversación de Fina, de referirse a los mozárabes que edificaron Santo Adriano, y en particular, al jefe de los mozárabes; aquél que, se supone, reposa en un espléndido sarcófago de piedra situado en uno de los laterales del templo, donde, ya de niños, solían sentarse a escuchar la misa. Referente a los descubrimientos necrológicos hallados en el lugar, llama poderosamente la atención la aparición de enterramientos -realizados a base de lajas o piedras- no sólo de niños en lo que sería la zona exterior absidal, sino también de adultos de dos metros de estatura. Una curiosidad, que no parece corresponderse con los tipos étnicos de la época y el lugar y que, como, por ejemplo, aquellos otros descubiertos en Roncesvalles -en la capilla totalmente remodelada, sita en las inmediaciones del monumento a la lucha mantenida por Roldán y Ferragut-, hacen pensar en la posibilidad de francos asentados en la zona. Lo cuál, por otra parte, no sería totalmente descabellado.

Resulta curiosa, así mismo, la disposición del sancta-santorum del templo, situado por encima del altar y sin acceso. Por boca de los arqueólogos, nuestra cicerone comenta que los monjes se servían de una escalera, y a través del pequeño ventanal depositaban en el interior los objetos sagrados y el grano que habría de constituir su despensa.

Es cierto, también, que quizás los trabajos de restauración llevados a cabo por el arquitecto Luis Menéndez Pidal, no le hicieron demasiada justicia al lugar. Pero achacar a los flashes de las cámaras de turistas y periodistas la práctica desaparición de sus maravillosas pinturas, me parece una cuestión bastante más que discutible. Y no obstante, a pesar de los pesares, algo que emana del interior de ese fantástico templo, induce a pensar que, después de todo, algo de su magia original permanece inalterable a lo largo de los siglos.


(1) Xavier Musquera: 'La aventura de los templarios en España', Ediciones Nowtilus, S.L., 1ª edición en la colección puzzle, abril de 2006, página 81.

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