Revilla de Santullán: iglesia de los Santos Cornelio y Cipriano

Suponiendo que un templo sea capaz de conservar parte de la esencia de aquellos que un día lo levantaron con el esfuerzo de sus manos, no deja de ser menos cierto, en mi opinión, que también atraen buena parte del alma de aquellos otros que, por las circunstancias que sean y que aquí obvian, terminan convirtiéndose en algo más que en sus guardianes: teminan convirtiéndose en sus custodios.

En este caso, no es una afirmación gratuita, porque hablar de la iglesia de los santos Cornelio y Cipriano -fijémonos en la advocación, porque al decir de algunos autores (1), este tipo de doble advocación suele referirse a santos dióscuros, sanadores y milagreros que heredaron el saber esotérico de la Era de Géminis- resulta imperioso y obligatorio, hablar también de un quizás no tan santo varón, de 85 hidalgos años, por más señas y de nombre Velarmino -don Velarmino, sobradamente merecido, siquiera sea por humana longevidad- cuyo genio y figura consigue, a los pocos minutos de escuchar su voz grave, severa a veces cuando te desvías del sendero y no prestas atención a sus explicaciones, que el misterio de los símbolos sea tan sencillo como pensar en la propia naturaleza humana y el precario equilibrio que viene a ser una constante en esa imaginaria balanza, generalmente descompensada entre virtudes y pecados, de la que generalmente suelen ser siempre los demás quienes llevan mejor la contabilidad ajena. Y es que Velarmino, don Velarmino, de modo parecido a los antiguos maestros de antes de la República, se acompaña -aparte de un sombrero de mimbre calado sobre la frente al estilo Humphrey Bogart- de una larga vara de avellano, con la que va señalando, uno por uno, los capiteles de un pórtico -que afortunadamente, alguien tuvo la brillante idea de reformar y conservar, antes de que terminara desmoronándose, o lo que es peor, instalándose allende los mares, en The Cloisters, como las pinturas góticas del ábside (2)- cuyos secretos parece ser que se le han ido revelando a base de años -ya lo dice el refrán, en referencia al Diablo, que sabe más por viejo- y de escuchar las opiniones de cuanto docto, y no tan docto, ha tenido a bien pasarse alguna vez por allí.

Ahora bien, sería conveniente recordar que, cuando hablamos de Revilla de Santullán, es oportuno añadir que lo hacemos de un pueblecito que, a diferencia de algunos otros, prefiere la lejanía de esa vía de comunicación que, partiendo de la señorial Aguilar de Campóo -distante, aproximandamente, 30 kilómetros- atraviesa Néstar -con su antiguo puente romano, denominado Puente Perdiz y lugar de paso de la antigua calzada romana que enlazaba Pisóraca (Herrera de Pisuerga) con Portus Blendium (Santander)- y continúa, dejando atrás Brañosera, hacia esas emblemáticas, brumosas y legendarias montañas que, orgullosas en su denominación de Picos de Europa, atraen irremisiblemente la atención por la magia de las maravillas que salvaguardan y protegen.

Unas montañas, que podrían ser muy bien el origen de ese misterioso Magister Micaelis que, a diferencia del anonimato preferido por la gran mayoría de maestros del Gremio, dejó su nombre grabado en un lugar bien visible de un pórtico que, por su calidad, ofrece un plato fuerte, capaz de saciar al más exigente de los gourmets del románico, peyorativamente hablando.

Dejando para otro momento el interesante simbolismo inherente, por ejemplo, a los canecillos del ábside -aparte del erotismo, bastante frecuente en estas latitudes, es de reseñar la presencia de un importante símbolo, la espiral, localizado igualmente en el ábside de otras iglesias de la provincia, como, por ejemplo, la iglesia de San Esteban, en Lomilla- y a las pinturas góticas a que hacía referencia, lo más destacable, se concentra en ésta portada románica donde el Magister Micaelis desarrolló una pericia harto significativa y de gran calidad.
Distribuidos a lo largo de un arco que les sirve de mesa -recurso decorativo utilizado con mayor o menor imaginación y medios en numerosas portadas románicas, de las que, simplemente por citar un ejemplo de calidad también, se puede mencionar la portada principal de la iglesia de Santa María de Uncastillo- unos comensales de mirada impertérrita, perdida en el tiempo, escenifican para los fieles el acto eucarístico de la Santa Cena. Y digo impertérrita, porque su hierática inmutabilidad consigue, por un momento, que el espectador sienta que esos apóstoles que flanquean a Cristo a ambos lados de la mesa, semejen estar posando, en realidad, para ser inmortalizados en la piedra por este Magister Micaelis, que se ha representado junto a ellos con mazo y punzón en las manos, en un acto infrecuente y por supuesto carente de la modestia y el anonimato que ha caracterizado siempre a estos impredecibles maestros de la geometría sagrada.
Debajo del arco, cincelados, no obstante en mi opinión, con desigual maestría, las filas de figuras que complementan la decoración de los capiteles, muestran una diversidad de alusiones simbólicas, que de una u otra manera, actúa sobre el sentido interpretativo de cada uno. Aparte de los motivos vegetales -clásicos y abundantes-, así como de elementos característicos del bestiario medieval -como las arpías, representación sine quanun del pecado y lo carnal- destacan aquellos otros que muestran aves enfrentadas -posiblemente aludiendo a la dualidad, a ese Yin y Yang de la filosofía oriental- e incluso, otro más, característico también del pensamiento medieval, que muestra la lucha entre un guerrero y una bestia, probablemente un león, símbolo de martirio para los cristianos durante el reinado de Nerón, pero también solar y alusivo al Conocimiento.
Curiosamente, el león era el único animal que le estaba permitido cazar a los templarios; de manera que algunos autores -como el ya citado Juan García Atienza- consideran que este precepto, en el fondo, ocultaba una alusión esotérica referida a la caza trascendental, la caza del Conocimiento. Entiéndase ésta alusión al Temple simplemente como anécdota, puesto que no tengo evidencia alguna que lo relacione con ésta iglesia.
En un segundo plano, y ya de estilo netamente gótico, aún se pueden apreciar las huellas de las pinturas que decoraban el ábside, y cuyos originales, como ya hemos mencionado, se encuentran allende los mares, en la ciudad estadounidense de Nueva York. Aún así, se pueden distinguir perfectamente escenas correspondientes a la Anunciación, la Huída de Egipto o la Adoración de los Magos, entre otras, girando todas, no obstante, alrededor de un Pantocrátor, con Cristo entronizado y escoltado por un coro de ángeles.
Como elementos artisticos a añadir, cabe destacar la talla -probablemente, gótica también, como las pinturas- de la que, a falta de su advocación original y en palabras de don Velarmino, es conocida como la Virgen de Santullán, siendo sus características, a grosso modo, la toca de aspecto de doncella medieval con la que se cubre su cabeza; los colores de su vestido, azul y dorado -simbolismo solar y celestial-, sin objetos apreciables en sus manos, a diferencia del Niño, entronizado en su regazo, con un libro cerrado -señal esotérica, en opinión de algunos autores- entre sus manos.
Un templo este de Revilla de Santullán que, independientemente de la puesta en marcha de algunos elementos incomprensibles en su restauración -póngase por ejemplo la escala mortífera de Jacob colocada en la pared del coro como medio para acceder al campanario- merece, sin ninguna duda, la recomendación de una visita prolongada y detallada.

(1) Juan García Atienza, 'Segunda Guía de la España Mágica', Editorial Martínez Roca, S.A., 1982, página 215.
(2) Imposible no hacer referencia a las pinturas de San Baudelio de Berlanga, en Casillas de Berlanga, Soria, o aquellas otras, con ábside incluido, de la iglesia de San Martín, en Fuentidueña, Segovia.

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